Un día, cuando iba por los pasillos del hospital en mi silla de ruedas, me pareció ver una cara conocida. Me regresé para cerciorarme y en efecto, en una de las camas, vi a una señora con la que había compartido uno de los grandes “cuartos comunes” antes de que me aislaran a mi propia habitación. No recordaba su nombre y tampoco esperaba que ella recordara el mío.
- Qué sorpresa, Sigue usted aquí...
- Tuve una operación difícil, pero me estoy recuperando ¿Y tú?
Me empecé a quejar. Empecé a quejarme de mi infección urinaria, del dolor que me duraba muchas horas después de ir a la fisioterapia, de que me faltaban muchas semanas. De que estaba harta.
- Todo va a estar bien – You have to be strong- . Me dijo con voz tranquila.
Nos despedimos y no la volví a ver hasta 3 días después. La vi en una silla de ruedas y me di cuenta de que le habían amputado una pierna. Me sentí una estúpida por no haberme dado cuenta el día que platicamos. Me sentí una egoísta por haberme quejado con ella… y me sentí llena de vergüenza cuando me dijo con una sonrisa “hey girl, you are looking much better today”... y yo no supe qué decir.
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